Los smartphones y tablets están afectando seriamente el bienestar mental de los jóvenes. Así lo demuestra el más reciente estudio Global Mind Project realizado por Sapien Labs, donde se descubrió que cuanto más joven se accede a un smartphone, más efectos negativos hay en la salud mental, con síntomas que son distintos a los típicos de la depresión y la ansiedad.
Para el estudio, se tomó una muestra de 27,696 jóvenes entre los 18 a 24 años a lo largo de los cinco continentes. Para Latinoamérica se evaluaron 7,061 mujeres y 4,541 hombres de países como Colombia, México, Perú y Argentina.
Se tuvieron en cuenta para el estudio 47 elementos que cubren un amplio rango de síntomas y capacidades mentales (27 funciones mentales y 20 síntomas asociados a desórdenes mentales) que, combinados, conforman el Cociente de Salud Mental (MHQ en sus siglas en inglés), todo esto sumado a seis dimensiones más: estado de ánimo y perspectivas, Yo Social, Adaptabilidad y resiliencia, Impulso y motivación, Cognición y Conexión Mente-Cuerpo.
La gran constante del estudio revela que cuanta menor edad se tiene al obtener el primer smartphone, peor es el bienestar mental en la adultez, con una diferencia pronunciada entre hombres y mujeres.
Por ejemplo: el porcentaje de mujeres con salud mental afectada que obtuvieron su smartphone a los 6 años disminuye del 74 % al 46 % en comparación con las que lo obtuvieron a los 18; mientras que en los varones, disminuyó del 42 % al 36 % a las edades respectivas.
La tendencia a la disminución del bienestar mental en los adultos más jóvenes es muy evidente en las generaciones a partir de 2010-2014, coincidiendo con el punto de inflexión marcado por la aparición de los teléfonos inteligentes, las redes sociales y el acceso a Internet 24/7 que se proporcionan a nivel mundial.
Aunque los niños y adolescentes aboguen por tener un smartphone, son los padres quienes tienen la última palabra en este proceso, es decir, son los directos responsables y se hace necesario tener en cuenta que los smartphones obstaculizan las habilidades sociales, siendo el comportamiento en sociedad algo complejo que requiere práctica para perfeccionarse y poder construir relaciones que integren al individuo y lo ayuden a soportar las adversidades de la vida.
Un contacto demasiado temprano con los smartphones hace que gran parte del proceso de formación sea digital. Un niño está pasando en promedio de 5 a 8 horas online, casi 1,000 a 2,000 horas al año que deberían aprovecharse en actividades presenciales donde interactúe y aprenda las habilidades sociales necesarias.
La virtualidad no es, bajo ninguna circunstancia, un sustituto o equivalente de la interacción real, pues elimina modalidades sensoriales importantísimas que son habilitadoras de la vinculación social para todo individuo. Además, evita que se adquieran capacidades sociales y de resiliencia.
Las tendencias en América Latina se ubican en el promedio mundial y son preocupantes. El estudio concluye con un llamado a los lectores para que consideren oportunamente las implicaciones que el uso de los smartphones trae consigo en los más jóvenes, de cara a construir el futuro de una sociedad civil sana.